Cuento | “Historia corta, cortita, del jovenzuelo trepa”, del libro “Andando por la orilla movediza”, de Beatriz Villacañas

Pintura del rostro de un anciano en primer plano, para usar en el cuento "Historia corta, cortita, del jovenzuelo trepa", perteneciente al libro "Andando por la orilla movediza" (Ed. Deslinde, Madrid, 2021), de la escritora española Beatriz Villacañas.

Esta es una pequeña historia realista. Y no es que no sepa que el realismo no está de moda, pero es que nada está, y todo está de moda a la vez, o, a veces, una moda sigue a otra a una velocidad tan descortés que uno ya no se entera de su paso. A mí, de todas formas, me importan más los modos. Además, el jovenzuelo trepa lleva tanto tiempo insistiéndome que le presente (“a quien sea, a quien sea”, el caso es conocer y que le conozcan), es tal su pertinaz persecución de mi atosigada persona, que no tengo más remedio que presentarle de una maldita vez. Y le presento aquí antes de buscar nombres que hagan el suyo visible. Y todo porque, según él, sabe rimar, es decir, que es poeta, aunque a veces procura que su verso no rime, que también sabe hacer verso libre, ¡no faltaba más!

Y es que el jovenzuelo trepa tiene una persistencia de vendedor a domicilio, es un auténtico maestro en doblegar voluntades con la técnica de agotar al adversario comprador.

Con su insistencia de apisonadora sonriente, aunque el jovenzuelo trepa no venda nada, que lo que hace es regalar su mercancía en forma de libritos, siempre libritos, a los que él llama “maestros”, doblega voluntades utilizando la fuerza bruta, que no es sólo fuerza física, lo cual es mucho más cruel. Si utilizara la fuerza física, uno le devolvería un puñetazo o le empujaría para que saliera de la casa ajena que está invadiendo, o le echaría de esa casa a patadas. Pero su fuerza bruta es la de la insistencia aduladora, el ahogar con sus palabras a la pobre víctima. Sí, esto es mucho más cruel. Y más estúpido, porque, en realidad, sin ni siquiera pasar por la papelera, lo cual es siempre más higiénico, suele terminar directamente en el cubo de la basura. Es decir, lo que regala, que no es otra cosa que él mismo. Y es que un vendedor ambulante puede tener alma de poeta, pero el jovenzuelo trepa sólo tiene alma de vendedor ambulante.

Pues bien, por ahí, y por aquí, sigue todavía intentando publicar, para luego regalar, sus “libritos”. Y es que el jovenzuelo trepa nunca publica verdaderos libros, porque le domina la impaciencia por verse publicado:

“¡Ay, ya, ya! ¡Que me consagro!”

Y, si pudiera, el jovenzuelo trepa publicaría una sola página con la palabra “YO” en mayúsculas enmarcada en doradas filigranas y nos apabullaría contándonos cómo llegó a tan depurada expresión poética después de sumergirse rebuscando en un amplio material del que fue seleccionando lo esencial y deshaciéndose de todo lo accesorio. Todo ello hasta llegar, por dolorosísimo parto, a dar a luz lo único que le importa. Y en cuanto a convencer a los demás de su tremenda importancia, él sabe encargarse muy bien de ello.

Se las arregla para aburrir y exasperar a quienes cree le pueden ayudar. Y los agota de tal manera, que consigue ser presentado a otros, sobre todo porque sus víctimas creen poder liberarse así de él y pasarles el bulto a ellos. Y así sucesivamente. Tanto que llega a ser conocido. O famoso, que esa palabra le gusta más a él.

Hablo ahora con mi psiquiatra:

“Bien, doctor, esto que he escrito, ¿qué le parece?
Lo lee detenidamente y, mientras lo lee, noto crecer más y más el asombro en su rostro.

“Me sorprende. No veo qué tiene que ver esto con lo que le pedí que hiciera como terapia.”

“Claro que tiene que ver, doctor. Tiene mucho que ver.”

“Su depresión y sus, de momento, afortunadamente leves, trastornos psicóticos, no me parecen estar relacionados con lo que le pedí que hiciera para que se ayudara a sí mismo.”

“Me pidió que recordara, que trajera a mi memoria, lo que más ha causado impacto en mi vida, lo que creo que puede estar detrás de mis trastornos, o, al menos, influir en ellos. Y que lo escribiera. Y que, una vez hecho, se lo enseñara a usted. Es lo que he hecho, doctor.”

“Lo que usted ha escrito no parece tener nada que ver con lo que le he pedido.”

“Pues, aunque no lo parezca, he seguido sus indicaciones.”

“Usted tenía que haber escrito sobre sí mismo. Sobre sus recuerdos de vivencias pasadas.”

“Le repito que eso es precisamente lo que he hecho. Resumida, muy resumida, he escrito mi autobiografía: yo soy el jovenzuelo trepa.”

“¿Me está hablando en serio?”

“Claro que sí, doctor. Aunque no sé si esto va a sacarme de mi atolladero patológico, porque lejana está mi juventud. Soy viejo y, como ve, hasta necesito un bastón para andar. Uno no deja de ser lo que es y, de alguna forma, el jovenzuelo trepa sigue latente en mí. Pero entonces era joven y andaba, y corría. Mis pies son ahora como lo fueron siempre mis versos: torpes e insistentes en dar pasos torcidos. Y ya estos pies no me sirven para trepar.”

Cuento perteneciente al libro Andando por la orilla movediza (Ed. Deslinde,
Madrid, 2021), de la escritora española Beatriz Villacañas.