Cuento | “La mosca”, un texto de Isbel González, del libro “La fórmula de Drake”

Estatua de hombre pensativo, para el cuento "La mosca" de Isbel G., de su libro "La fórmula de Drake" (Ed. Deslinde, madrid, 2021).

El tipo estuvo mirando toda la tarde por la ventana. Seguro que hoy se muere, decía, sin demasiada convicción. Eran las cuatro de la tarde, cuatro menos tres, se dijo mirando el reloj de la repisa, todavía queda tarde, a lo mejor se muere. Afuera la tarde era amarilla, amarilla y calurosa, pensó el tipo mientras encendía un cigarro. Sonó el teléfono. Ah, carajo, dijo en voz baja, ahora tendría que dejar el cigarro para contestar la llamada, o no podría concentrarse en ese acto. Le gustaba pensar en el cigarro mientras lo fumaba, ese era su verdadero placer, su adicción. ¿Sí?, sí, claro, quién más puede ser. Que qué hago, espero, qué más puedo hacer. Bueno, si llamas para molestarme mejor cuelgas, además, me estoy fumando un cigarro. Sí, también esperando. ¿Que coja un arma?, a qué viene eso, cojones, sabes que tengo, pero no soy tonto.

Una mosca revoloteó unos segundos sobre las teclas del teléfono, después fue a posarse en su nariz. Carajo, gritó mientras se daba un manotazo en la nariz. No, no es contigo, dijo al del teléfono, o a la del teléfono, que eso no lo sabemos. La mosca volvió a posarse en su nariz. Acaba de decirme para qué llamaste. No, no estoy molesto contigo, solo tengo una mosca jodiéndome en la nariz. Está bien, será para la próxima semana. Cómo. Pues no tienes más remedio que esperar, no cobro hasta el mes próximo. Sí, soy un miserable, ¿alguien ha dicho lo contrario?, quién no lo es en este sitio.

La mosca había ido a posarse sobre los restos de comida del día anterior, más bien debí decir sobre el plato sucio del día anterior. No, a esa gente no le pido un centavo, ya sabes que no me caen bien. Como digas, pero no somos iguales. Esa es su mierda, ¿ok?, yo tengo la mía. Que no mujer, que para mí son tan hijos de puta como los otros, dijo para despejarnos al fin la ambigüedad del sexo del interlocutor. La mosca, que al parecer no había encontrado demasiado en el plato, regresaba ahora a la nariz del tipo. ¡Me cago en tu madre! No, es la dichosa mosca que sigue jodiendo.

La mosca, al parecer asustada, huyó de la enorme mano que intentó aplastarla. Se posó en el cristal de la ventana. Se fue a la ventana, tengo que comprarme un matamoscas, se dijo el tipo mientras se frotaba la nariz, el golpe había sido un poco fuerte. Ya sé que no tengo dinero para comprarlo, es solo una forma de hablar. Para ti es todo tan fácil, solo pedir, llamar y pedir, solo eso. Sí, ¿y en qué coño gastas tu dinero? Entonces de qué modo pretendes que a mí me alcance, ¿acaso soy mago? ¿Ese dinero?, no, ese es intocable, capaz que el desgraciado se muera y yo sin un centavo para comprarme la botella. Ese dinero no se toca.

La mosca lo miraba desde el marco superior de la ventana. En la nariz se veía una gota de sudor de lo más apetecible. No tenía demasiada grasa, es cierto, pero la mosca estaba famélica. El tipo sudaba, al tipo no le gustaba el calor. Se pasó la mano derecha por el rostro, eliminando el alimento de la mosca. Pero la mosca era un insecto, podía subsistir en cualquier habiente, incluso en aquel sitio. El tipo seguiría sudando, la mosca lo sabía, o imaginamos que lo sabía, porque no se iba. Vio una gruesa gota de sudor en la mejilla izquierda, una gota irresistible. El tipo se golpeó la mejilla demasiado fuerte.

Tendré que calmarme, se dijo, es solo una mosca. No, mi amor, es la mosca que tumbó algo en el cuarto. Imaginemos que la mujer se sonrió o se espantó al otro lado de la línea. ¿A Judas?, no, ese siempre cobra con interés. Está bien, pero solo si no queda otra opción. La mosca se preguntaba si aquel sitio tendría alguna salida. Pero como las moscas nunca piensan demasiado, se limitó a buscar algo para subsistir. Y vio, oh, gran dios de las moscas, incontables gotas de sudor en el cuerpo del tipo. Cuando el hijo e’ puta se muera me voy a comprar un aire, uno grande y con mando a distancia. La mosca calculaba la distancia, había elegido una gota en la mejilla derecha. Una gota igualmente pobre en grasa, pero enorme.

Lo que importa es la cantidad, la calidad es todo un lujo aquí, imaginemos que pensó la mosca, porque fue a posarse sobre la pálida mejilla del tipo. El tipo abofeteó su otra mejilla. Sintió un cuerpo extraño entre las dos superficies de su piel, el pómulo y la mano. Mi vida, ya veré cómo conseguir ese dinero, no te preocupes, sí, yo también te quiero, sí, sí, ya, chao, anjá. El tipo colgó, estaba un poco nervioso. Se miró la mano. Nada, la palma estaba enteramente limpia. La línea del destino tenía un poco de sudor entremezclado con pelos, habría que decir, para ser exactos y justos, minúsculos pelos de mosca, por eso fue que no los vio. Pero ya había colgado el teléfono, y no supo en ese momento si sería más conveniente llamarla o dejarlo todo como estaba.

Miró a través del imperfecto vidrio de la ventana, donde la tarde parecía lejana. Tiene que morir algún día, se dijo y quiso sonreír, pero no lo logró, había demasiado calor y la mosca había escapado a tiempo, pensó.

Lo último que vio la mosca fue la línea de la vida a un costado de su cuerpo insignificante, antes de quedar incrustada en la mejilla derecha. El cigarro permanecía extinto y olvidado sobre el alféizar de la ventana.

“La mosca”, un texto del escritor cubano Isbel González,
de su libro La fórmula de Drake (Ediciones Deslinde, Madrid, 2021).