“Hay un lugar oscuro llamado La Furnia”

Espíritus y cadáveres dentro y alrededor de la Furnia en la noche.

Ya somos el olvido que seremos.
El polvo elemental que nos ignora
y que fue el rojo Adán y que es ahora
todos los hombres y los que seremos.
«Epitafio»
Jorge Luis Borges

Voces lastimeras que gritan con desesperación, terrorí­ficas apariciones fantasmagóricas, luces escalofriantes que enardecen un agudo sacudimiento de las entrañas, y un amplísimo catauro de episodios terribles, angustiosos, son algunas de las principales manifestaciones paranormales que tienen como escenario a La Furnia, antiguo resollade­ro natural del río Mayabeque situado a corta distancia del puente de hierro que, en las afueras de la Villa de San Julián de los Güines y a aproximadamente cincuenta kilómetros de la Ciudad de La Habana, une las dos riberas del cauce fluvial cuyo nombre, amén de identificar a una de las regio­nes histórico culturales de mayor riqueza de Cuba, remite a una de las más hermosas leyendas de raigambre aborigen de cuantas se conocen en la mayor de las Antillas.

La Furnia entró con pie derecho en las más ne­gras páginas de la historia

A unos pocos pasos al este del río Mayabeque, cerca del crucero de dos vías que se cortan, la carretera al poblado de San Nicolás y la línea férrea que se dirige a Catalina de Güines, La Furnia entró con pie derecho en las más ne­gras páginas de la historia, pues, durante el drama de la Guerra de 1985 (perdurable en las evocaciones), y muy es­pecialmente durante los años 1896 y 1897 (los años horri­bles de la Reconcentración de Weyler), constituyó el sitio de inmolación por excelencia dentro del territorio güinero y también el lugar donde, aprovechando lo relativamente apartado que estaba de la villa y las profundidades natu­rales que la naturaleza exhibe en ese emplazamiento de la llanura, eran arrojados los cadáveres de las víctimas de la política luciferina puesta en práctica con todo rigor por el Marqués de Tenerife.
Según la tradición oral, mucho antes de la Reconcentración de Weyler, a la oquedad solían ser arrojados, en algunas ocasiones, los cadáveres de los ne­gros esclavos viejos o enfermos, y algún que otro ladrón o asaltante guardó en ella su fortuna.

Muchos fueron los cubanos que encontraron la muerte en la boca de aquel foso, asesinados con violencia por gue­rrilleros sanguinarios. Allí el filo del machete mutiló cuer­pos, rasgó las carnes y se embriagó con júbilo en una albo­rozada carnicería. Allí también, sin respeto ni contención alguna, eran lanzados los cadáveres de los reconcentra­dos que diariamente aparecían por doquier, por lo que la Furnia terminó convirtiéndose en un cuévano del crimen, como la han llamado algunos historiadores, y no resultaría una torpeza si dijéramos además que La Furnia fue uno de los patíbulos más espantosos del occidente cubano a fi­nales del siglo XIX, una gran fosa común para los muertos por el hambre y las enfermedades que la Reconcentración impuso (acaso una de las más grandes de cuantas existie­ron en Cuba), que habla con magnífica elocuencia de un infernal capítulo, singularmente terrible.

La Fur­nia es uno de esos sitios ineludibles si de registrar noticias de acontecimientos sobrenaturales se trata

Testigo singular de los horrores de la Reconcentración de Weyler y depositaria de cadáveres humanos que sobre­cogen la memoria oral, tanto por la forma espeluznante en que encontraron la muerte como por numerosos, La Fur­nia es uno de esos sitios ineludibles si de registrar noticias de acontecimientos sobrenaturales se trata.

Los vecinos que viven actualmente a pocos pasos de este macabro lugar, y los viajeros que pasan a pie por la carre­tera que está a pocos metros del sitio, aseguran que de la furnia salen voces lastimeras que gritan con desesperación, voces escalofriantes que provocan un fuerte sacudimiento interior, terribles y angustiosas, como salidas del inframun­do. Las voces siempre se escuchan al atardecer, cuando ya es próximo el arribo de la oscuridad, a la medianoche, y también en las primeras horas de la madrugada, sin que fal­te algún que otro testimonio accidental que asegure haber­las escuchado a pleno mediodía, o al despuntar la aurora.

Así dice un vecino de la comunidad que colinda con el macabro despeñadero:

Una vez que regresaba a mi casa por la carretera, al pa­sar frente a La Furnia, escuché gritos que me paralizaron. Eran gritos de personas. No decían palabras. Solamente gritos, como cuando alguien está en un peligro muy gran­de, o muerto de miedo, o porque le estén causando un do­lor que no puede soportar.
Por un momento pensé que cer­ca de la carretera, entre los matorrales, estaban violando a alguna mujer o matando a algún hombre, pero de repente los gritos se fueron, y yo sin mirar hacia los lados seguí mi camino a toda velocidad, porque en ese momento me acordé de La Furnia y de las historias que he escuchado sobre las luces y las apariciones que han sucedido allí, y entonces me dije que los gritos aquellos no eran de gente viva y que era mejor alejarse lo más rápido posible. Me impresioné mucho pues era la primera vez que me pasa­ba algo así, y porque me daba la impresión que los gritos aquellos eran para mí, que me estaban pidiendo ayuda. ¿Y cómo puede uno ayudar a los muertos…?

Otro testimoniante afirma:

Nunca he escuchado ni visto nada fuera de lo normal en La Furnia. Lo que sí te puedo decir es que, desde hace mucho tiempo, la gente asegura que por las noches han visto luces que salen del foso y se ponen a dar vueltas por los árboles que están cerca, se suben por el tronco de los árboles hasta la copa, y después bajan, siguen dando vueltas por los al­rededores y de repente se vuelven a meter en el hueco con rapidez y ya no salen más. Para la gente vieja, sobre todo, esas luces son los espíritus de los muertos que viven en La Furnia, porque allá abajo se quedaron sus huesos para siempre.
Y como todos los muertos de La Furnia murieron de forma horrible y muy violenta, muchos de ellos jóvenes todavía, sus almas se quedaron atadas a ese lugar, y siguen vagando en pena tratando de encontrar la luz y poder irse al cielo y descansar en paz. Algunas de esas luces son tam­bién de los muertos que están clamando venganza, por lo que es peligroso andar por las noches cerca de ese lugar.

Otro informante asegura haber visto en horas de la ma­drugada, mientras regresaba a caballo a su finca, un negro descamisado y con una especie de bastón merodeando por los alrededores de la cavidad, y que, al percatarse de que lo estaban viendo, se transformó en una «bola de luz muy blanca y brillante» que desapareció en el hueco.

…una luz venida del otro mundo, que es el mundo de los que están muertos

Un viejo campesino que transitaba durante su juventud con mucha frecuencia por los alrededores de La Furnia, nos brinda este otro testimonio, que, si bien no difiere mu­cho por su contenido a los demás que he recopilado, a su vez exhibe algunas peculiaridades distintivas:

Iba yo una noche a pie para Amistad, y al pasar cerca de La Furnia vi una luz redonda y muy grande que le daba vueltas al hueco ese. Daba vueltas y se detenía, y a los pocos segundos volvía a dar más y más vueltas, siempre en ese mismo lugar. El miedo me dio por quedarme parado ahí, sin poder moverme, como si me hubiera convertido en pie­dra. Por eso fue que pude ver bien todos los movimientos de aquella luz tan misteriosa, y que era una luz que enseguida que se me apareció pude darme cuenta que no era una luz cualquiera, sino una luz que no se le presenta a cualquier persona porque era una luz venida del otro mundo, que es el mundo de los que están muertos.
Pues ahí estaba yo sin atinar a mover ni un pie, cuando de repente, junto a aquella luz grande y muy blanca, de tanta fuerza que casi me pa­recía que me iba a dejar ciego, y para mayor susto mío, co­menzaron a salir del hueco otras luces como aquella, pero esta vez eran luces de menor tamaño, y las nuevas luces em­pezaron a hacer los mismos movimientos de la luz grande. Era como si la siguieran, como si estuvieran imitando todos los movimientos de la luz mayor. Yo pensé que la luz mayor era como una especie de luz guía, la luz de un muerto de más fuerza a la que seguían las luces de los demás muertos, como si reconocieran en la luz más grande un camino o un guía a seguir.
La escena duró unos pocos minutos que me parecieron una eternidad por lo impresionado que estaba, y sin atinar a moverme. Hasta que de buenas a primera la luz grande se hundió en el hueco de La Furnia, y enseguida las otras luces más pequeñas hicieron lo mismo hasta que desaparecieron todas y los alrededores de La Furnia volvie­ron a quedar en total oscuridad, porque me acuerdo bien que la noche estaba hasta nublada, no se veía la luna, y yo iba apurado porque no quería que me atrapara el aguace­ro en el camino.
En cuanto pude recuperar el movimiento me mandé a correr y así estuve hasta que me alcanzaron las fuerzas. Vine a parar la carrera por allá por el callejón de La Paloma. Finalmente no me mojé por el aguacero, que empezó a caer poco después de haber llegado yo a Amistad, y hasta el día de hoy no le había hecho este cuento a nadie, porque iban a decir que estoy loco.

Por esto que me pasó más nunca he vuelto a pasar de no­che por ahí. Y de eso hace ya más de cuarenta años. Con el sol afuera sí paso sin preocupación ninguna. Fíjate si es así que una vez me metí con unos muchachos del barrio ami­gos míos en el hueco por curiosidad, para ver hasta dónde llegaba, y sin hacer excavaciones ni nada, con solo apartar un poco los montones de hojas y gajos secos, casi a flor de tierra, semienterrado, encontramos un revólver que estaba muy cubierto de óxido, tanto que ya no servía para disparar y había perdido un poco su forma, aunque se notaba ense­guida con claridad que eran los restos de un arma de fuego.
Otro de mis amigos se encontró un botón de metal de los que usaban en los uniformes los soldados españoles. Puede que aquel revólver maltrecho e inservible haya pertenecido a algún mambí de los tantos que mataron en La Furnia y que tiraban después para el fondo del hueco.

de ese hueco salen voces que gimen y gritos aterradores y lamentos

Y una vecina octogenaria nos cuenta:

A mi padre se le apareció una noche, cuando pasaba frente de La Furnia, un hombre joven blanco que estaba sentado muy campante en el borde mismo del foso. Mi padre lo sa­ludó con la mano, y el hombre aquel le devolvió el saludo. Pero cuando mi padre volvió a mirar para hacerle una pre­gunta, lo que vio fue una luz blanca y muy brillante que se perdió en las profundidades de La Furnia. Ahí fue cuando se dio cuenta que quien lo había saludado era un espíritu. Para mi padre, aquel era el espíritu de un mambí, porque después recordó que la ropa que llevaba puesta era como la que usaban los mambises como uniforme.
Quedó tan im­presionado que jamás volvió a pasar por ahí, ni de día ni de noche. Puedes creerle a todo el que te diga que de ese hueco salen voces que gimen y gritos aterradores, y lamentos. Esas cosas suelen pasar allí con frecuencia, y siempre salen o en­tran de las profundidades de ese hueco, que con los años ha ido perdiendo profundidad porque los vecinos que viven cerca y otras personas lo han convertido en un basurero.

Asegura un anciano güinero, amante ferviente de la his­toria de su localidad:

Lo que sí te puedo decir es que, desde hace mucho tiempo, la gente asegura que por las noches han visto luces que salen del foso y se ponen a dar vueltas por los árboles que están cerca, se suben por el tronco de los árboles hasta la copa, y después bajan, siguen dando vueltas por los alre­dedores y de repente se vuelven a meter en el hueco con rapidez, y ya no salen más.
Pero estas son cosas que no cuentan con una apoyatura científica, por lo que su valor se restringe a los terrenos del patrimonio intangible, de lo legendario. Y aunque como tal en La Furnia no se han llegado a hacer estudios arqueológicos serios, de allí se ex­trajo una gran cantidad de huesos humanos y de animales. Fueron separados unos de otros, y a los huesos humanos se les dio cristiana sepultura en el cementerio del pueblo, al pie de un obelisco que se construyó en permanente ho­menaje a los veteranos de la guerra independentista y a los que perdieron la vida durante la reconcentración.143

Y aunque los güineros de entonces conocían el uso que las autoridades españolas le estaban dando a La Furnia, se cuenta que allí también eran arrojados cadáveres de ani­males grandes (caballos y reses) para «camuflar» los cadá­veres humanos que por decenas eran arrojados sin respe­to ni conmiseración alguna a las profundidades del foso aquel que parecía perderse y comunicarse de forma miste­riosa con las habitaciones del inframundo y mantener de continuo una comunión feliz con los demonios.
Aseguran, asimismo, los hechos registrados en la tradición oral, que era común que los reconcentrados dejaran al abandono los cadáveres de sus familiares, pues no tenían dinero para poder pagar el tributo que por aquellos años era menester para que fuese permitida la inhumación en el cementerio en uso de la villa. De manera que, además de los sufrimien­tos por el hambre, las enfermedades, la desesperanza y las muertes a chorros, los que permanecían milagrosamente vivos tenían que negar cualquier lazo de consanguinidad con el nuevo cadáver que aparecía y que podía ser el de la madre, el padre, o un hermano o hermana, dada la impo­sibilidad de pagar el entierro.
Entonces se dice que pasaba a determinada hora una carreta de caballos y hacía un re­corrido por la villa para recoger los cadáveres nuevos. Se iban amontonando en la carreta, tal si fuesen escombros, y una vez recogidos la carreta se dirigía a las afueras del pueblo, cruzaba el puente del Mayabeque rumbo a La Fur­nia, y allí eran arrojados a la fosa que, además de patíbulo, hacía la función de sepultura común, de basurero.

«la historia del güiro y la calabaza»

Sobrevive aún en la memoria oral, con gran fuerza emo­tiva, lo que los testimoniantes suelen llamar «la historia del güiro y la calabaza», la cual asegura con vehemencia que, a los condenados a muerte, una vez trasladados al borde del hueco infernal, se les daba a escoger entre calabaza y güiro. Si elegían calabaza, el verdugo les daba muerte de un ma­chetazo vertical en la cabeza, y si en cambio escogían güiro, el machetazo mortal se propinaba de forma horizontal por lo que la muerte, en este último caso, se producía por de­capitación. Las ejecuciones de las que fue testigo La Furnia fueron, pues, muy violentas. De ello ofrece testimonio un cráneo humano encontrado allí y que se conserva en la ac­tualidad en el Museo Municipal de Güines.144

Convertida por los artilugios de la historia y el imagi­nario popular en un puñado inagotable de leyendas y at­mósfera aterradora, La Furnia no tardó en convertirse en uno de los sitios históricos de mayor relevancia de la lla­nura del Mayabeque, de obligado estudio para aprehender los entretelones de la Reconcentración, donde ya en la Re­pública el Club de Leones (Lions Clubs International) tuvo la feliz iniciativa de hacer levantar un obelisco en una de cuyas caras exhibe una tarja que recuerda a los más de sesenta cubanos inmolados vilmente en horas de la noche en ese lugar durante la Guerra de 1895.

…una profunda dimensión de la verdad y la leyenda

Tesoros del patrimonio intangible de la región habane­ra, con independencia del halo oscuro que las define y en­vuelve con tanta ferocidad, cada una de las manifestacio­nes paranormales aludidas, recogidas en las narraciones que de forma oral nos llegan en claridad y número signi­ficativos, apreciadas la mayor parte de las veces como un legado vergonzante salido de la parte más terrible del in­framundo, encuentran su razón de ser, la savia vivificante que las nutre, el embrujo que las instaura en una profunda dimensión de la verdad y la leyenda, en el hecho de que los actuales habitantes de los alrededores de La Furnia hablan todavía de las experiencias paranormales que allí tienen lugar y cuya génesis hay que buscarla, según sostienen, en los macabros acontecimientos de los cuales fue testigo la oquedad natural entre los años 1896 y 1897, los años de la Reconcentración.
Y aunque existen otros emplazamientos en la comarca del Mayabeque testigos de la barbarie que significó la política de Weyler, los estudios históricos seña­lan a La Furnia, con razón, como uno de los testigos más excepcionales de uno de los capítulos más oscuros de la historia nacional, por el enorme caudal de hechos relevan­tes que allí confluyen y la riqueza que encierra tras de sí.

143 El 14 de diciembre de 1898, por la tarde, la población güinera condujo al cementerio los huesos de los Mártires de la Independencia, inmolados en La Furnia.

144 Manuel Rivero de la Calle, gloria de la arqueología y la antropología cu­banas, estudió los cráneos. De los tres, hay uno que asombra por sus pecu­liaridades excepcionales. En su obra: Estudio del cráneo escafocéfalo del Museo de Güines. (Museo Antropológico Montané, Facultad de Biología, Universidad de La Habana, 1988. Copia mecanografiada y firmada por el Dr. Manuel Rivero de la Calle que se atesora en el Archivo del Museo Mu­nicipal de Güines), el ilustre científico ofrece los datos que fundamentan la excepcionalidad del espécimen. Se trata de un cráneo con escafocefalia, del sexo masculino y ubicado dentro del grupo racial europoide-negroide, con una edad estimada entre los 20 y los 30 años.
Es el de mayor tamaño estudiado en Cuba del grupo de 6 cráneos de adultos con escafocefalia que «En el lado derecho hay una pequeña área mutilada que aparece en el occipital y que es la porción final de un fuerte corte, realizado también con toda probabilidad con un machete y que afectó gran parte del parietal derecho y parte del occipital del mismo lado. El impacto fue tan fuerte que rajó el hueso occipital de un lado al otro, pero, al no afectar el corte el lado izquierdo, esta porción no se desprendió del cráneo. No hay dudas por los cortes que presenta el espécimen, que el mismo fue sometido a un vandalismo y que el instrumento empleado debió haber sido una pieza muy fuerte, como lo es sin duda el machete, de uso tan común por el campesinado cubano». Ibídem, p. 5. ­
El cráneo se encontraba inicialmente junto a otros dos, encontrados también en La Furnia, en el museo personal de Nicolás García, prestigioso maestro de Güines a quien se debe la creación, durante la República, del primer museo de la localidad. Tras su muerte las piezas pasaron a manos sus fami­liares, quienes decidieron donarlas al Museo Municipal de Güines cuando este abrió sus puertas a principios de la década de los ochentas de la pasada centuria. Tan valioso es el aporte de Nicolás García a la salvaguarda y res­cate del patrimonio güinero, que en la actualidad muchas de las reliquias que integran las colecciones del Museo Municipal de Güines son precisa­mente las que él atesoró.

“Hay un lugar oscuro llamado La Furnia”, texto tomado del libro La caldera
del brujo
(Ed. Deslinde, Madrid, 2023), de Pedro Evelio Linares.