Novela | “Las llagas de Nadie”, de Osmel Almaguer (Fragmento)

Imagen de soga blanca recogida sobre el muelle y amarrada a la cornamuza de un barco, para usar en fragmento de la novela "Las llagas de Nadie" (Ed. Deslinde, Madrid, 2022).

Los primeros rayos de sol aún no golpean los edificios del casco histórico. Las pocas personas que hay en la calle a esta hora se atreven a apostar por el transporte público para llegar temprano a sus empleos. El malecón está desolado. En la entrada de la bahía solo se ve a Misael, todavía con la botella de Clan Campbell que un turista le regaló, para luego llevarse a su novia a la habitación de un hotel.

Al joven le duele mucho la cabeza, pero no por los efectos del whisky, sino por el golpe que se diera contra el muro de concreto después de haber vaciado él solo la botella. El sonido violento de las olas no lo saca de ese sueño resacoso, pero la campana de un barco que se mueve lentamente hacia el interior de la bahía le hace incorporarse, un poco desorientado.

A pesar de la niebla, el de la botella puede distinguir que el barco avanza traído por la corriente. Hace años que no ve una embarcación así. No en esta bahía reservada para cruceros, que luego dejaron de entrar por asuntos de política. Para el joven, también conocido en su barrio como Navaja, el misterio de este barco se borrará cuando salga el sol, sustituido por el sueño o la rutina de la sobrevivencia.Tampoco le encontrará una explicación, al menos por ahora, ni entre los vecinos ni en el noticiero, donde nunca divulgan lo que la gente quiere saber.

Para los que gobiernan el país, sin embargo, el barco es, desde horas tempranas, un motivo de preocupación. Sobre todo, porque nadie sabe cómo ha conseguido burlar el servicio de guardafronteras y estar a minutos de tocar tierra. Ya informaron al presidente, quien, sin terminar de ponerse la guayabera, le ordenó al agente Marlon, su asesor de seguridad, que se ocupara personalmente de este asunto.

—Como ya sabrán, una embarcación de origen no identificado se encuentra navegando en aguas de la bahía. Resulta altamente probable que se trate de una maniobra enemiga. Por eso el presidente nos acuarteló, para que lo mantengamos informado de cada detalle y podamos actuar con rapidez en caso de que sea necesario —dice el agente desde una esquina del salón de reuniones del Estado Mayor.

—Es una situación muy delicada —señala un oficial rechoncho desde uno de los puestos más alejados de la mesa, que tiene forma de U. Es el general Ordóñez, quien dirige las Fuerzas Armadas—. Creo que primero debemos descartar un ataque químico, o que el barco esté cargado con explosivos que puedan detonar una vez que toque tierra.

—El general de Cuerpo de Ejército tiene razón. Pero también debemos contemplar otras posibilidades. Por ejemplo, ¿qué tecnología está usando ese barco que nuestros radares no lo detectaron? —agrega el también general Mateo, ministro del Interior.

—Hasta el momento, no hemos podido establecer comunicación radial con el objetivo, y nuestros radares secundarios no han podido recabar ninguna información. Por eso, creemos que se trata de una embarcación no tripulada, probablemente con los sistemas electrónicos rotos —dice el militar, suspirando.

—Ya tengo un escuadrón de élite listo para abordar en cuanto usted dé la orden —vuelve a intervenir el ministro del Interior.

—De momento, es importante que aseguren la zona por tierra, y declaren el toque de queda en todo el cinturón de la bahía, pues tampoco debemos descartar una posible acción coordinada con alguna organización subversiva local. Además, en cualquier situación que se produzca, es clave evitar daños colaterales, aunque, si fuera inevitable, habría que hacer lo imposible para que la información no sea divulgada —aclara el jefe de la operación.

Unos toques suaves en la puerta los interrumpen. El jefe le ordena entrar a un joven oficial, quien le entrega un informe y luego se retira tras susurrarle algo en el oído. Marlon lee el documento en silencio. Los rostros a su alrededor reflejan expectación.

—Compañeros, según este informe, se trata de un barco de origen ruso o, para ser más exacto, de un barco soviético. Pero lo más extraño es que nuestras bases de datos confirman que se trata de un navío que partió desde el puerto de Sebastopol en 1989… —hace una pausa para tomar aire porque, aunque está acostumbrado a manejar a los auditorios, lo que acaba de leer es sumamente inusitado—. Aún nos falta confirmarlo con nuestros homólogos en Moscú, pero al parecer se trata de un regalo muy especial que nos hicieron los soviéticos y que no llegó cuando fue enviado, sino que lo hace ahora, tres décadas después. Al parecer, nuestros servicios de inteligencia entendieron que la caída del Campo Socialista había impedido que se concretara el envío y por eso el asunto fue descartado.

—Al menos ya sabemos que no se trata de un ataque enemigo, pero hay muchas cuestiones aquí por aclarar, por ejemplo, ¿qué tipo de regalo nos enviaron los rusos, digo, los soviéticos? —interrumpe Mateo.

—En tiempos de la Perestroika, un equipo de científicos subordinado al Partido Comunista Soviético logró, tras décadas de trabajo, un espécimen de laboratorio que sintetizaba los ideales de la revolución: el hombre nuevo. Recuerdo que por los pasillos del Comité Central se comentaba que Gorbachov nos lo había enviado, pero no como un regalo. Que la situación en Moscú estaba muy tensa y se creía que no era el mejor momento para experimentar con un espécimen de tal magnitud, que hubiera podido entender todos aquellos cambios de finales de los ochenta como un proceso antirrevolucionario.

El espécimen, un muchacho que por entonces tendría unos 15 años de edad, se decía que era un factor de influencia inestimable, capaz de provocar él solo una revolución. El que acaba de hablar es mayor que todos en la sala. Les dobla la edad. Lo conocen como “El Agente”, pero su apellido es Durruty. Está demasiado cercano a la jubilación y cuenta con una hoja de servicios tan extensa que nadie se atreve a toserle. No ocupa ya un cargo de importancia, pero ha cumplido tantas hazañas en la inteligencia que, a pesar de su edad, se mantiene como una especie de consejero.

—Ya estamos contactando con Moscú. En breve podremos confirmar si se trata, en efecto, del llamado “hombre nuevo” que nos enviaron los soviéticos. De confirmarse, procederemos a abordar la embarcación cuidadosamente con los objetivos, primero, de detectar sobrevivientes, y luego de establecer las causas de la tardanza. Hasta entonces, manténganse localizados y al tanto. Muchas gracias —dice Marlon, cerrando la carpeta del informe.

El asesor se dispone a llamar al presidente para darle el primer parte. Valora cada uno de los hechos. Sopesa las posibles consecuencias de cada detalle y decide, por esta vez, proceder con transparencia, debido a la gravedad del asunto. A pesar de su juventud, se ha acostumbrado a manejar las informaciones con pericia y esa habilidad lo ha llevado a subir rápidamente los peldaños de mando, hasta colocarse a un lado del hombre más poderoso del país. Está muy cerca de cumplir su sueño. Nadie, ni siquiera él mismo, recuerda cuando se le metió entre ceja y ceja ser “el número uno” en un país que en los últimos sesenta años ha tenido solo tres hombres en el poder.

Fragmento de la novela “Las llagas de Nadie” (Ediciones Deslinde,
Madrid, 2022), del escritor cubano Osmel Almaguer.