Prólogo | “Dos poetas en armonía”, por Isabel Díez Serrano, sobre el libro “Dos al piano”

Cubierta del libro "Dos al piano" (Ediciones Deslinde, Madrid, 2020), de los poetas cubanos Adalberto Hechavarría y Teresa Fonseca.

Adalberto Hechavarría: Música de fondo

En Dos al piano, El poeta cubano Adalberto Hechavarría abre su nueva entrega poética con un poema de amor nada menos que a la Poesía, personalizándola como si de una bella muchacha se tratase: “se desnuda sobre el papel / se entrega / sin temor a los ries­gos”. Como una amada, la poesía le acompaña y la besa apa­sionadamente “con la esperanza / de encontrar la pureza / en sus ojos / y multiplicarse/ en cada hijo”. Por hijo, entendemos un nuevo poema. Todos hemos cantado a la poesía, pero esta forma de tratarla Adalberto la percibo como una forma dife­rente, muy íntima, de un auténtico amor y rigor que se con­creta en palabras sencillas, directas y justas. Para qué más…

Adalberto, en esta “Música de fondo” que incluye Dos al piano, se nos presenta con el verso corto y libre, pero bien timbrado, ya que la libertad en poesía no significa ausencia de ritmo, que lo tiene también como parte de sus esencias. Se nos antojan sus versos, hilvanados con elegancia y naturalidad, de reflexiva lectura; de la sencillez emergen los cuestionamien­tos, las dudas, los juicios. Nos sumergimos en el murmullo de un tipo de poesía dúctil, pero que como un “alucinado pla­neta” cruza la luz con infinito gozo: “La cuestión es el tiem­po”, dice Hechavarría. Se siente poeta milenario y no sabe cuánto queda por decir, si tanto se ha dicho ya, cuánto hay que arrebatar desde nuestra propia experiencia a ese misterio, esas interrogaciones, a las múltiples voces que han cantado al universo. Poeta inevitablemente cósmico, sí; si siente que la luz le ha llegado, la toma, la pasea y oscila como el péndulo. Su corazón se adentra en el poema y su pálpito nos toca, bai­la con la poesía con limpieza, con bellas y sutiles imágenes.

Aparece la culpa, que siempre nos pregunta, nos cuestiona, nos inquieta, y tiene gran importancia la sustancia del sueño, del soñar. El poeta también se sabe punto y final cuando, así como si nada, dice: “en las noches me baño de luna”. ¡Qué belleza! La luna que también es mía y del amigo Lorca, luna de todos y para todos.

Declarando en todo momento su amor por la poesía, quiso llevarle el temblor de una rosa en “los labios por decirle / sin voz / lo que ya sabe”. Siente como poeta, que “el instante” es algo mortal como los humanos:

Los ángeles no saben del instante.
Los hombres lo desprecian.
Casi ignoran su daño.
Casi lloran su fuga.

Mudo, porque solo escucha la música y el ritmo que le otor­ga el mar, la armonía de la sangre, dice Adalberto, acoplada como esas gigantes orquestas “para desde mí / saltar al mun­do”.

Bello el poema dedicado a Lezama Lima, cuya palabra cristaliza en los sueños, seductora, tal un dios invisible can­tando su sabiduría; algunos jóvenes —piensa— hacen brotar retoños “como endechas / con sabor a trópico” y otros, se extravían entre las ramas secas de sus gritos y se quedan he­chizados para siempre. Siente tristeza por los pobres poemas olvidados. Y allá a lo lejos, como viajero incontenible siente una fuerza —dice— inexplicable, que le ata a la tierra de la isla, su isla, su mundo donde crea y nace de nuevo.

Bienvenido el nuevo hijo de Adalberto Hechavarría que co­noce todos los ritmos de la Poesía clásica, como el soneto, la lira, la décima y glosa, pero que ahora ha tenido el gusto de variar a lo que mal llamamos poesía libre…, o blanca, sí, pero bien orquestada. Al final de la lectura quedan sus versos como un susurro, como una música que nos trae nuevas verdades por íntimas y trascendentes.

Teresa Fonseca: Sonata del recuerdo

Teresa Fonseca en este espacio que ha nombrado “Sonata del recuerdo”, ha querido acompañar a su esposo y poeta, Adalberto Hechavarría, en este viaje feliz y doloroso de la poesía, donde se aglutinan sus imágenes vívidas, imágenes de la memoria que añora los momentos cotidianos. Teresa cumple también en esta entrega, su voz se manifiesta limpia, en libertad, sin sujeciones a ninguna norma preestablecida, pero consciente de que la poesía tiene ángel y ritmo, y en este caso es el ritmo de su corazón, suave, sin estridencias, con los altos y bajos propios de una existencia, una experiencia de vida donde lo femenino se subraya sin conceptualismos ni didactismos.

Melancólica su voz en el principio, añorante de cosas que han podido ser, o tener, de sueños no cumplidos, o realidades imaginadas como el olor de la madre que de pronto llena el espacio con su ternura, de forma que, al sentirla cerca, puede hasta dormirse junto a ella. Es la soledad tan cantada por to­dos los poetas que se contiene en sí misma y evita el sollozo como gotas de lluvia. Así, unida a la naturaleza, proclama el deseo enorme del abrazo que ahuyenta la soledad, cuando vuelvan a unirse las ramas del árbol “deseo de fundir amane­ceres / que broten las semillas”.

Como poeta que es, está siempre atenta a la Sabiduría que le alegra la imaginación. Teresa Fonseca nos presenta a Pablo Neruda cuando nos recuerda “un país en el cielo con las su­persticiosas alfombras del arco iris” que diseminan los mati­ces desde las alturas, mostrando un fulgor en todo el universo. La poeta nos acerca a la poesía que para ella es “expresión del sentimiento” —ya lo decía Machado—, abarca lo dicho y por decir, lo grandioso y lo intrascendente, los ramos de aromas que florecen en el corazón de quien se sienta aludido. Una es­trella, sabe que la conduce, pero a la vez queda estupefacta sin saber qué rumbo tomar; ahí está el incierto camino del hombre que ha de escoger siempre el camino de la estrella que más luce, la estrella de Dios, la luz continua y eterna que ilumina el viaje de la vida, nuestra alma y el esqueleto entero. Agarre­mos esa estrella por un rincón del ala y hagámosla nuestra para siempre, no dudes, no titubees y veamos el cielo como lo vio Martí, con sus ojos de oro; la poesía en este caso el poema, le impregna fortaleza igual que la piedra dorada.

Las noches serenas, la naturaleza, el tiempo, el amor, la claridad o la eternidad, constituyen motivos temáticos que la poeta rodea con su mirada atenta. A pesar del desahogo o la catarsis que puede proporcionar la poesía, Teresa Fonseca se siente presa de los sentimientos y las lágrimas le cubren su interior. A veces se derrumba al sentir la frialdad del diario acontecer, es entonces cuando acude insistente la pregunta: ¿dónde y en quién confiar? Pero por respuesta resurge la es­peranza en el amor que todo lo aminora, comprende, encien­de, adormece. ¡Benditas horas que nos trae el amor!

Bravo, Teresa, sencillamente clara y serena, en este apren­dizaje infinito que es la marcha del poeta hacia el oficio, vuel­cas tus inquietudes y te haces miles de preguntas, a pesar de algunos sinsabores o cuestiones sin resolver que te ha corres­pondido vivir y nos compartes con honestidad en “Espacio para dos”. Adalberto Hechavarría, bien cercano, entregado, te cede el espacio, para hacer, como si de la carne se tratase “dos en uno”, sigues sus pasos porque ambos vais rectamente encaminados al Bien, la Sabiduría cotidiana y la Trascenden­cia, que viene sin remedio y que atrapa a todo buen poeta. Y juntos los dos, en el mismo piano, en la misma barca, ahí van, acompañados de la música del Universo. ¿Hay cosa más deseable y plena, más gozosa?

Prólogo al libro Piano para dos (Ediciones Deslinde, Madrid, 2020),
de los poetas cubanos Adalberto Hechavarría y Teresa Fonseca,
por la escritora española Isabel Díez Serrano.