Prólogo | “Una mujer es verso y es paloma, canto universal con estaciones”, de Odalys Leyva Rosabal

Atardecer con silueta de mujer frente al mar.


Cubierta del libro "Tal vez la última playa" (Ediciones Deslinde, Madrid, 2023), de Isabel Díez Serrano.


La poesía, como una barca de libre albedrío, nace de la mirada atenta y seductora de una mujer de versos. Isabel Díez Serrano, en el libro Tal vez la última playa, describe sus convulsiones artísticas. Allí junta soledades, nostalgias y senderos sensibles de su pensamiento, dialo­ga con su naturaleza de forma íntima y luego, como to­rrencial, lo dimensiona. El libro va guiando las pasiones que enardecen, alude a un eco creador que retorna desde lo mágico.

Sus luces creativas van desafiando el Parnaso, siendo parte de una orla lírica, y es que su retina trasgrede los cristales y los devuelve como inspiración. Acude a los co­lores claros, ofrece la pureza de su alma poética. De mar y cielo se agigantan sus ojos, pues ofrece un cromatismo en su lírica, se convierte en dibujo, en óleos metafóricos. En su poema «Vuela», nos refiere: «El alma blanca vue­la… tiñe la hierba», en su texto «Tan dentro de los ojos» ofrece: «¿has visto que es azul? / También las margari­tas son azules / —dije un día a Valente—/ humildad las colorea cual tímidas violetas»; en su obra Una mujer es verso y es paloma, canto universal con estaciones brinda: «para que me relampagueen sus verdes y amarillos»; en el poema «La gran ave» expresa: «y es blanco, muy blan­co, cuando el azul desaparece de nuestra vista porque le penetramos / y, al estar dentro, no existe el azul, inevita­blemente desaparece, se abre a nuestro vuelo». Obsér­vese el desafío de este texto: «cruzó arterias y vísceras que ya coloreaban y las espinas regias fueron marcando hoyuelos». Aquí está el cromatismo como un arcoíris, da la sensación que la pintura poética recibe tintes rojos, y que las espinas van tatuando como pinceles punzantes. En «Te amo tanto» nos hace acudir a sus umbrales: «y tu música suena al mediodía. Vienes lenta, pero de mil colores aromando los atrios y ventanas». Todas las pince­ladas van conformando la obra de arte. En «La vida» nos encanta con una brevedad austera y sublime: «La vida es ese pájaro que llega, se aleja, se diluye en lo azul»; en «Crecemos» celebra: «El sol clava puñales de azul o marejada»; en «Amapolas de asfalto» canta: «Seguirán prestando sus voces veraniegas, amapolas de asfalto con la raíz azul»; pero en «Fuga» suben todos los colores y se juntan: «Allá en el arcoíris de la frente / amanecen to­das las inquietudes. / Demasiado color embelleciendo»; pero en ese ascenso nos lleva en un camino como de la vida a la muerte y de esta a la resurrección. Observemos, el matiz negro, cómo transfiere su belleza: «Llega, nos llama, suspiramos. Se asusta / una vela maestra incendia el interior, / sube por los circuitos neuronales / aparta oscuridades —negruzcas apariencias, remueve los ci­mientos, continúa / en mágica ascensión. —No temas / —nos dice el pensamiento. / —No escuches —nos canta la emoción». Es la poética que aparta lo oscuro, el candor interior se irradia, emociona y realza desde el verso y con el verso. Isabel Díez sabe la manera de hacer pinturas líricas; en homenaje a la escritora cubana Carilda Oliver Labra nos hace vivir los horizontes maravillosos:

Cual peces de colores son tus versos sensuales,
poeta de la espada, la serpiente y la rosa
que tus «noventa» rocen con su sedosa piel
el sonrosado azul de tus mejillas
y, canta, mujer, canta todavía
con tu gracia estilística
donde la luna pierde el almanaque,
donde las olas rugen.
Donde todo amanece…

Y esa manera artística de unir palabra, verso y sentido toma su cima en el texto «A Juan Calderón Matador», pues aquí la escritora visitada asume esa vocación de pin­tora que está latente en este nuevo libro:

Si pinta el lienzo,
llegan los coloridos
con cuánto acierto.
Página en blanco,
palabras que el poeta
eleva al canto.

En su canto lírico «Sobre y entre el azul» hay una forma que nos convence, que nos hace cuestionar los destinos. Aquí está la filosofía de la vida, los dolores existenciales que persisten y deambulan por hondos sufrimientos y no­bles realidades.

Surcamos el azul que nos espera,
tibieza en la antesala
y un puente levadizo que atraviesa
los estigmas del aire.
Un rostro que se asoma
como una mancha gris en la baranda
y cita a los cipreses que se estrenan,
llegando a desafiar a los luceros.

Décima, soneto, verso libre y glosa convergen en total armonía. Sirven como vehículo para asumir realidades, para homenajear a poetas que admira la autora; la glosa como influencia notable que conserva y transforma los mensajes literarios. La diversidad de sus registros idílicos nos propone un mundo de energía; en ella nace el poder de la tierra, lo espiritual que seduce, los efectos de la na­turaleza, la iluminación que embriaga con misterio.

Una mujer de incansables ideas, proclama el pedestal telúrico de sus acordes. Vincula sus sentidos a los ele­mentos que la rodean. Da los significados que resplande­cen, sabe que su sujeto poético tiene un espíritu elevado y por ello le suelta las alas. Estamos frente a un manantial telúrico, un aliento de luz que contamina, la trascenden­cia es el verdadero secreto que se abre.

La poeta es fecunda, tiene su dimensión cosmogónica, hace fluir imágenes, se siente participe de lo seráfico y suelta su mansedumbre con un estilo elocuente, perdu­rable y singular. Este libro palpitante de vinculaciones sensoriales ha llegado para servir de aliento espiritual a lo viviente.

Escribe limpiamente esos versos de validez y grande­za que hoy acogemos con matiz de paisajes, con símbolos que robustecen, imágenes en la virtud trascendente del lirismo. Su vocación literaria la coloca entre los grandes poetas de la modernidad. Recibamos el ímpetu de su es­píritu y el goce de la poesía.


Prólogo de Odalys Leyva Rosabal al libro Tal vez la última playa (Ediciones Deslinde, Madrid, 2023)

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