Poesía | “Autobiografía”, de José Kozer

Aves volando sobre el atardecer.

Viejos incendios en largas noches donde observa
con atención la rotación
de las aves precedidas
por tinieblas, sucesos
acaecidos en un
espacio que denomina
otrora, sonreía, a qué
se referiría el anciano
desempleado hace
mínimo dos décadas.

Era de los tiempos del bromuro, el aceite ricino y
el bicarbonato, los
reverberos y las
madres con fajas,
postizos embutidos
en los ajustadores:
se comía mal por
falta de información,
féculas, grasas,
fritangas, leche
entera, fruta de
lata.

Saltó al siglo XXI casi septuagenario, cambiar
no era imposible, llevar
esos cambios a la
práctica, la idea de
no comer res, cocinar
las verduras al dente,
comer fruta al natural
de postre en vez de
conservas le parecía,
le pareció hasta el
final de sus días
una desventura.

Tales cambios, cual si hubiera vivido tres vidas
ajenas: la tradicional
burguesa de los años
cincuenta, la época
revolucionaria (referida
a los hippies de los
sesenta) y la última
(global) donde el
viraje implicaba la
tecnología, lo virtual,
un tiempo donde los
sentidos (¿eran
cinco todavía?) se
disipaban, qué
queda: información
abundante (inasequible)
nada obliga a sentarse a
conversar en un café a
la mañana, el Reggio,
el Gato Negro, Figaro
en MacDougal esquina
con Bleecker donde
viera en una ocasión
a Dalí.

Su mayor contradicción fue morir nonagenario con
su salud de hierro, la
mente clara, los ojos
al tanto de cuanto lo
rodea, vísceras
funcionando a todo
tren, sentado subía
montañas, nadaba
en ríos caudalosos,
agua helada: tenía
un apetito vegetariano,
se llenaba la paila,
pocos gastos, dormía
siesta y el resto de
aquel día, cuál, en
qué mes, adónde,
sucede que sonó
el teléfono en su
casa, y vaya
sorpresa era para
él.

JOSÉ KOZER, poeta y ensayista cubano nacido en La Habana en 1940. Hijo de inmigrantes judíos, en 1960 se trasladó con su familia a los EE.UU., donde reside desde entonces. Por más de treinta años fue profesor de Lengua y Literatura en español en Queens College de Nueva York, donde también ocupó la jefatura del Departamento de Literatura Comparada. Ha recibido las becas Cintas y Gulbenkian, además del Premio Julio Tovar de Poesía en 1974. De su amplia obra poética merecen destacarse: Este judío de números y letras, 1975, Jarrón de las abreviaturas, en 1980, Et mutabile, 1995, Dípticos, 1998, Rupestres, 2001, Stet, 2006 y Trazas, 2007.

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